miércoles, 14 de abril de 2010

El viejo escritorio

La vida tiene un agujero negro, como aquellos que los astrónomos han descubierto en ignotas galaxias. Ese agujero es el que nos va devorando desde que nacemos. A su seno sin fondo se van nuestros primeros balbuceos, después nuestros primero pasos. Los juguetes de la infancia se pierden en él como se perdió la cuna que meció nuestros primeros sueños.

¿Qué se hizo de aquel cuarto que era nuestro refugio y en el que cobijamos todos nuestros tesoros? Allí ocultamos nuestro diario, los primeros poemas. Llenamos sus paredes con estampas de nuestros héroes, colgamos nuestros modestos trofeos y les dimos acomodo a los peluches amigos. Sus paredes escucharon nuestras voces acompañando al “estereo” o a la radio y también nos oyeron llorar bajito las primeras frustraciones y el primer desengaño.

Y el día en que sacamos los pies de nuestra casa, todo aquello desapareció tragado por el agujero negro.

Poco a poco se fueron por él, la casa que nos costó mil sacrificios conseguir, aquella otra que quisimos tanto y con ellas los muebles queridos, los libros, las cosas que nos acompañaron, las mascotas que aún nos miran desde fotografías desteñidas y toda la carga de triunfos y fracasos, de penas y alegrías, de días trágicos y de días esplendorosos, todas las lágrimas vertidas, todas las risas y los cantos.

El agujero negro se llevó también nuestras lozanías: el cutis de seda, los abundantes cabellos, la gallardía y la fuerza que nos impulsaban.

Hoy, por ese mismo agujero negro, se ha ido tu viejo escritorio.

Verlo salir de su lugar de siempre fue como volver a perderte.

En el camino a casa estaba la carpintería donde lo encargaste. Te hiciste amigo del carpintero y ante tus ojos fue surgiendo el mueble. Era sencillo pero notablemente bien hecho: ningún alarde de ornamentación pero ninguna juntura que no encajara, los cajones resbalaban como sobre seda y aunque pequeño, tenía un aspecto de solidez y de elegancia.

Sé como lo apreciabas. En la casa llena de cosas, sólo aquel mueble era entrañablemente tuyo y de nadie más. Sus cajones guardaron todos tus tesoros y nadie se atrevió a poner en orden los papeles, los lápices y todo aquello que tú mantenías allí.

Nadie sabía lo que encerraba el primer cajón. Tenía una llave que siempre llevabas contigo.

Sabido es que la curiosidad es un atributo femenino y aquel icono sagrado que estaba en mi casa pero no me pertenecía me daba grima. Un día encontré un cuchillito delgado y puntiagudo y probé con él en la cerradura del cajón. Muerta de miedo y de nerviosismo vi como se abría.

No había allí nada que yo no conociera pero en el fondo encontré una carta. Era una carta de amor…..y no era para mí.


Ada Ríos

2 comentarios:

juamp1 dijo...

http://bitacora-xxi.blogspot.com/2010/03/izquierda-y-derecha-politica-origen-y.html
oye me podes pasar la fuente de este articulo

el libro y la pagina donde dice ello

Fernan Pastor dijo...

Este artículo es posiblemente una reflexión personal de Ada Ríos. En la sección de Blogs recomendados tengo un enlace al blog de la autora cuyo título es: "Tejedora". La fecha de la entrada de este artículo es 10/06/2008. Saludos.

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"Este espacio ha sido creado esencialmente con la vocación de manifestar inquietudes y plasmar impresiones sobre los diversos aspectos que integran la vida y el mundo en el que vivimos. Para compartir con mis amigos y seguidores de este blog..."