lunes, 26 de abril de 2010

La verdad sobre la destrucción de Guernica

En una España sumergida en la guerra civil, el lunes 26 de abril de 1937, entre las 16:15 y las 19:30, Guernica, ciudad-símbolo de la identidad vasca, fue aplastada bajo una tormenta de bombas. Este intento de destrucción de toda una aglomeración urbana, con sus habitantes civiles, es una novedad mundial. Cuatrocientos edificios incendiados de los quinientos existentes. Y, de los seis mil habitantes, más de mil muertos...

Un lunes de mercado, en que los campesinos de los aledaños habían bajado a la villa, alrededor de las 17 horas y luego de un primer vuelo de inspección, los aviones de la Legión Cóndor arrojaron 1.300 kilos de bombas. Con la persecución aérea posterior, vuelos rasantes y bombas incendiarias que cayeron durante varias horas, murieron cerca de mil seiscientas cincuenta personas y otras novecientas resultaron heridas.

Si no hubiera inspirado al pintor español Pablo Picasso una obra maestra en homenaje a las víctimas para la Exposición Universal de 1937 en París, ¿habría perdurado la destrucción de Guernica en la "memoria de la humanidad"? De haberse limitado a los libros, aun cuando se tratara de obras de grandes historiadores, su recuerdo sin duda se hubiera difuminado.

Pero, ¿por qué los franquistas quisieron destruir Guernica, una población ubicada a 35 kilómetros de Bilbao? Se trataba del País Vasco. Éste había obtenido por fin un estatus de autonomía política, tras las elecciones legislativas de febrero de 1936 en las que había triunfado en España el Frente Popular. Desgraciadamente, apenas formado el nuevo gobierno, el 17 y 18 de julio estalló un golpe de Estado militar liderado por el general Franco. Como consecuencia, y habiendo optado por el respeto a la legalidad, los vascos no tenían esperanza de sustraerse al fuego del ejército franquista, en caso de que avanzara.

En abril de 1937, con excepción de Cataluña y una parte de Aragón, el gobierno vasco era el único de todo el territorio del Norte de España que aún guardaba fidelidad a la República. Administraba una región rica en mineral de hierro, fábricas siderúrgicas y astilleros. Elementos todos necesarios para los rebeldes. El general Emilio Mola, uno de los jefes de la insurrección al mando del Ejército Nacionalista del Norte, informó a Franco que liquidaría el asunto en tres semanas. Tenía a su disposición 50.000 infantes y cien aviones. Además, contaba con los soldados italianos enviados por Benito Mussolini. Y también con los alemanes de la Legión Cóndor: 6.500 voluntarios, distribuidos en unidades blindadas y en escuadrillas de cazas y bombarderos.

El general Mola envió entonces un ultimátum al gobierno vasco. Le advirtió que había decidido "terminar rápidamente con la guerra en el Norte" y agregaba: "Si la sumisión no es inmediata, arrasaré toda Vizcaya, empezando por las industrias bélicas". Como no obtuvo respuesta, el 31 de marzo puso en marcha la ejecución de su amenaza. Bajo las órdenes del teniente coronel Wolfram von Richthofen, jefe del Estado Mayor, los aviones de la Legión Cóndor, bombarderos pesados Junker y Heinkel, bombardearon sistemáticamente las aldeas que rodean Bilbao. El lunes 26 de abril, a la mañana, los pilotos recibieron la orden de atacar Guernica y Durango con bombas incendiarias. Dos días después las dos urbanizaciones fueron sitiadas sin resistencia. La misma estrategia se prolongó durante todo el mes de mayo. El 19 de junio de 1937 cayó Bilbao. Los ediles vascos no tuvieron más remedio que trasladarse hacia el norte de los Pirineos y el exilio.

Pero volvamos a Guernica. El martes 27 de abril, en Salamanca, capital provisoria de los franquistas, el mando de las tropas golpistas publicó un comunicado. Reproducido de inmediato en todos los diarios internacionales que apoyaban a los antirrepublicanos, este comunicado rechazaba como una "calumnia" la culpabilidad que se imputaba a los aviones de los nacionalistas. Los autores de la masacre, declaraban los franquistas, fueron los "Rojos". Obligados a replegarse, los republicanos habrían preferido incendiar la ciudad.

Apenas se enteró de estas declaraciones, el presidente del gobierno vasco, José Antonio Aguirre, perdió los estribos. Los bombardeos fueron efectuados, aseguró, por "aviones alemanes al servicio de los rebeldes españoles". Afirmaciones que suscitaron ataques de la Radio Nacional, que enseguida lo acusó de mentiroso. Sin embargo, su acusación contra los soldados de Hitler fue eliminada por los locutores. Los oyentes sólo tuvieron derecho a protestar contra el honor mancillado de las tropas rebeldes: "El ejército de Franco no incendia; conquista lealmente por las armas. Son las hordas rojas las que destruyen, porque saben que España no les pertenecerá jamás".

En la prensa francesa comunista -y en términos más generales de izquierda- la responsabilidad de los nacionalistas en este "bombardeo innoble de poblaciones civiles", efectuado por los aviones de la Legión Cóndor, se transmitió enseguida como un dato incontestable. A continuación empezaron a acumularse las pruebas de que la operación había sido conducida por la Legión Cóndor. Sin embargo, lejos estuvieron estas pruebas de cortarles la palabra a los mistificadores. Un ejemplo típico fue la obstinación de Charles Maurras, líder de la extrema derecha francesa. El 11 de mayo de 1937, L' Action Française seguía denunciando la "fábula de los aviones alemanes" que "habrían lanzado toneladas de bombas" como una manipulación "bolchevique" que servía para enmascarar "el crimen de los Rojos".

Este tipo de falsificaciones persistió en España más o menos hasta la muerte de Franco, en 1975. Pero a fines de los años '60 los defensores de la historiografía oficial se orientaron por otro camino, con el fin de disculpar a los nacionalistas y restaurar en Europa una imagen más conveniente de su país: atribuyeron todas las responsabilidades a Hitler, a Göring y a los jefes de la Legión Cóndor.


Tergiversaciones


Era una escapatoria fácil veinte años después de los juicios internacionales de Nuremberg. Y los aduladores de la derecha española antidemocrática no asumieron el riesgo de reprobar el levantamiento contra la República, así como la alianza de los Estados fascistas con los franquistas. Al contrario. Continuaron con sus fabulaciones de otra manera: se dedicaron a minimizar la amplitud del bombardeo de Guernica, reduciendo el número de víctimas a cien.

Según ellos, el alto mando franquista no habría estado al corriente del ataque previsto por las escuadrillas de la Legión Cóndor. Además, los aviadores alemanes no habrían obedecido a ninguna premeditación de "terror". Habrían apuntado a una fábrica de armas en las afueras, a un puente sobre el río, y habrían errado sus objetivos. El incendio y la masa de cadáveres responderían a esos "errores de puntería". Todos los comentarios sobre la "ciudad mártir" sólo serían oropeles para un "mito".

¿Y qué pasó del lado de Alemania? La población se enteró de las "proezas" de la Legión Cóndor sólo tras la victoria del general Franco, en abril de 1939. Muchas publicaciones se dedicaron a exaltar sus logros. Una de las obras más exitosas fue una cuyo autor había enaltecido antes a los soldados de 1914-1918: Werner Beumelburg. En 1940, su Lucha por España describía en diez capítulos todas las peripecias de la guerra civil española y evaluaba con precisión la ayuda hitleriana a las fuerzas franquistas.

Sin embargo, en todos estos libros no aparece nada sobre la "hazaña" que dio origen a la siniestra fama mundial de la Legión Cóndor. Incluso Beumelburg se apega a la tesis popularizada por el Völkischer Beobachter, portavoz oficial de la Alemania nazi. Guernica, insiste, fue "enteramente destruida por los Rojos".

Contrariamente a lo que se divulga desde hace unos años, el mariscal Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, no confesó, ante los jueces de Nuremberg, la culpabilidad de los hitlerianos en esta tragedia. Simplemente reconoció haber dado luz verde para que España sirviera de terreno de experimentación para la aviación alemana. En cuanto a los Diarios de Joseph Goebbels, son más bien lacónicos. Engañado, al parecer, por las declaraciones de inocencia de los nacionalistas, el ministro de Propaganda creyó que la Legión Cóndor no tenía responsabilidad en el episodio, y le importunaba tener que multiplicar las desmentidas sobre su participación.

El misterio se resolvió mucho después de 1945. Por ejemplo, a través de las justificaciones de ex combatientes como el piloto Wilfred von Oven, refugiado en Argentina, quien en 1978 vio en sus actos -a posteriori- el "capítulo de historia más apasionante" que le había tocado vivir. La cooperación entre las autoridades nazis y los nacionalistas españoles está muy bien documentada en los archivos alemanes, restando toda verosimilitud a la hipótesis de que el Estado Mayor franquista pudiera ignorar el dispositivo de ataque de la Legión Cóndor. El 20 de junio de 1937, el día siguiente a la caída de Bilbao, el general Franco telegrafió a Hitler para agradecerle por haberle otorgado su "confianza", y con ella "la del gran pueblo alemán".

Se suele condenar el bombardeo de Guernica con el pretexto de que no estaba legitimado por ningún objetivo militar. Las intenciones que declara el general Mola, sin embargo, contradicen este argumento. Este bombardeo revela la naturaleza de la barbarie que amenazaba a toda Europa en esa época. Violencia extrema, voluntad de aniquilamiento físico del adversario a cualquier precio, falsificación de los hechos.

Actualmente en Guernica son muchos los que se dedican a impedir el olvido. En 2003 abrió sus puertas un Museo de la Paz. Pero, una vez más, hay que agradecerle más que a nadie a Pablo Picasso: gracias a él se hizo visible el verdadero sentido de lo que hay que entender por "fascismo".


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